Saturday, April 24, 2010

Trono para princesa, con coca-cola.


El trono y la Coca-cola. Con la LX3.

Tercera semana con trono.

Analicemos.

1. Los tronos se apuran. El estado de alguna de las patas hace temer por las principescas posaderas: un día de estos se van a pegar una leche...
Esto no es Mónaco.

2. Los tronos son de quita y pon, como bien muestran las roderas que pasan por debajo. De lo que se deduce que cuando hay trono a la vista la princesa no anda lejos. Así, un trono vacío no sólo es trono: es también pendón del principado, marca de soberanía, es anuncio.

3. Las princesas beben Coca-cola. O bebidas isotónicas. Azúcares, energía, hidratarse... Sudando la gota gorda o tiritando de frío, la vida a la intemperie puede ser una mala vida, pero difícilmente una vida fácil.

4. El camino que se pierde a la derecha admite dos usos: el agrícola y el de servicios. Ignoramos cuál de los dos supuestos ampara a las princesas.

5. La sustitución en la fotografía del grano por ruído nos delata otra infidelidad, en este caso perpetrada por el antropógrafo que toma registro de cuanto acontece en los márgenes de la carretera: he tenido que tirar de la cámara digital. La Leica M6 enfoca donde quiere, se ha desajustado el telémetro, ya os contaré. Pero no me molesta. Hubiera podido trabajar un revelado menos agresivo del RAW, incluso imitar el grano del Tri-X con el programa adecuado, pero me ha parecido un tanto idiota. Seguro que la próxima generación (tras superar lo digital gracias al advenimiento de la fotografía anal) echará de menos ese ruído tan bonito que tenían las primeras cámaras digitales... ¿os acordáis?

6. El antropógrafo ha disparado con un 24mm (equivalente). Muy de cerca. Tanta proximidad a veces salpica.

Esta semana mismo me sorprendió la llegada de la princesa en su coche oficial, conducido por su amigo (de cobro o de pago, eso ya no lo sé).
Aparcó delante mío antes de poder subirme a la moto y arrancar presto a otros reinos. Bajó el conductor mientras la princesa permanecía en el auto. Bajito, de mediana edad y con una sonrisa hiriente, me saludó para acto seguido inquirirme:

"¿Ha pasado algo? ¿Es usted policía?"


"No, no, qué va! Soy fotógrafo y estoy realizando una serie sobre bla, bla, bla..."
, contesté, mientras el tipo se sacaba la cartera del trasero, la abría y exhibía una placa así con muchos dorados de policía judicial. Sí, igual se la había comprado en un bazar de chinos, pero no sé qué perspectiva era peor. Me decidí por no perder la sonrisa, forzándola hasta el dolor de mandíbulas, del que todavía hoy me resiento. Imposté un tono de compadreo y camaradería que borrara el olor a miedo que debía desprender, me subí a la moto y arranqué. Me despedí con el brazo derecho en alto, en un plan más informal de como lo hacía Samaranch.

Ya en la moto, un solo pensamiento: "¿quién coño me manda a mí meterme en esta serie de los cojones?"

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